No importa la ciudad, el lugar o el parís.
Los inmortales viven y mueren igual que todo el mundo; aunque no lo sepan. Entre todas las culturas, razas, sexos y religiones, existen este tipo de personas.
Los grandes inmortales son los adolescentes y los jóvenes. Su tiempo es infinito. Sus horas son meses, y su sangre circula a toda velocidad; sus órganos no tienen fronteras, aún; sus hígados y riñones no tienen, todavía, funciones. Su corazón llega a los lugares antes que ellos.
Y ninguna amenaza mundial les puede parar.
Los mortales de sangre lenta, de tiempo mortal, organizan las amenazas, los avisos y los preparativos. Personas de poco tiempo que ven cómo sus meses son horas.
París era una fiesta. No se acababa nunca. Ahora los lugares o las ciudades no acaban de empezar. Y los monumentos, las visitas y las relaciones, se celebran en los supermercados. Y en las distancias entre los baños públicos -el reloj es la próstata y la vejiga, la alarma-. La edad elige lo que queda cerca y lo que queda lejos.
Las casas se han transformado en las calles por las que caminábamos, por las que conocíamos, descubríamos; en los cafés, los museos, los viajes. Pero las casas están cerradas. Y los desconocidos no tienen llaves. Las cerraduras son demasiado pequeñas para que por ellas entren nuevas relaciones, nuevos amigos, alguien con quien hablar, a quien tocar. Todo es una espera. Todos esperamos. Intentamos imaginar. Lo nuevo no ocurre, no acaba nunca, y el pasado se acomoda en nuestra cabeza. El tiempo se ha parado. La edad adulta se sorprende. Se detiene en un presente físico, real. No deja el margen del juego. No mezcla la ficción con la realidad. Nos levantamos para acostarnos. Los sueños de los que duermen son muy difíciles de apuntar.
Otro gran grupo de adolescentes inmortales es el de los viejos. Los que tienen toda la vida por detrás y cruzan las calles sin mirar. Ellos no entienden de nuevas tecnologías. Y se quedan con lo puesto. Unos tienen suerte o poca mala suerte. Otros miran al cielo para vivir eternamente.
Existen otros inmortales. Son los inmortales de un día. Tienen goteras si llueve o calefacción si hace calor. Comen si nosotros queremos y su tiempo diario es infinito. No tienen casa, pero están rodeados de cerraduras.
París era una fiesta, para algunos. No se acababa nunca; en el recuerdo de un presente que se movía. Nuestro presente inmóvil hace que el pasado cambie cada día. Sobrevive.
👏👏👏👏👏👏👏
Gracias, Davi.
👏👏bravísimo
Gracias, Marcelo.