Echo de menos esperar una semana a que llegara el revelado de mis películas en súper 8 hechas con la cámara Agfa, la “compacta”, sin posibilidad de enfoque, de diafragma. Era como si esa angustia de espera te diera tiempo para pensar, estructurar y escribir lo que sería tu próximo cortometraje.

Y cortar la película. Montar a ojo y pegar con celo. Y darte cuenta de los fallos que arreglarías para la siguiente. Poner el cassette con la banda sonora y seguir cortando, añadiendo, pegando hasta la sincronización más casera, más feliz.

Ahora se monta con un teléfono. Se graba, se tira, se pone, se arregla todo en cinco minutos. Y desaparece.

Un día entré en un baño; no recuerdo de quién era. Alguien revelaba unas fotografías. Ahí se me paró la tecnología.

Cuando descubro a gente como Bernard Plossu, vuelvo a esperar ese carrete de súper 8. El hombre que se mueve como una mosca, rápido, sin prisa. Que espera para “ver” una foto, no para cogerla, tomarla; el que se retrata en los demás, como muchos otros escritores de la luz.

La fotografía es, por su sentido de observación, hermana de la literatura, y por su sentido de movimiento congelado, hermana del cine; pero el arte más cercano a la fotografía es la danza: saber situarse, moverse, avanzar, retroceder.

El azar juega un gran rol en la fotografía; pero al estar constantemente en vilo, tenemos el azar que merecemos. A los jóvenes fotógrafos les digo: vayan a ver a los clásicos del cine, Dreyer, Mizoguchi, Bergman, Buñuel, Bresson, ¡ahí está todo! Nada más moderno que lo clásico.

Lo que me llama la atención desde hace años es la similitud entre dos pensamientos, el de Robert Frank y el de Roberto Juarroz, los cuales explican que mirar «fuera» es de hecho mirar «adentro». Que estos dos grandes autores digan lo mismo me parece fundamental.

En una época, cuando se decía que con la fotografía «se escribía con luz», hasta místico resultaba.

Toda presunción se convierte en algo pomposo. Gauguin decía: «Los efectos suelen gustar, hacen efecto». En fotografía, los cielos exageradamente oscuros, casi negros, agregan una capa que es dramática por desgracia, como mala música de una película.

Por eso un día decidí sólo utilizar el sobrio lente de 50 mm que es el que se aproxima más a la verdadera visión del ojo, para no caer en la trampa del lado teatral del gran angular, o el aplanado que produce el telefoto. Hay un tipo de rigor matemático del ojo que se parece al rigor de la buena literatura sin efectos.

Una anécdota: en el siglo XX, existía un parecido entre escribir con una máquina de escribir -el ruido, las letras-, y fotografiar a 24×36; el click, la película con los dientes de las perforaciones; actualmente hay un parecido flagrante entre fotografiar con cámara digital y escribir en una computadora; su silencio es el mismo.

Bernard Plossu, de su libro «La danza de las imágenes»  (en la librería Railowsky lo podéis encontrar).

 

 

Es curioso, cuando la fotografía te atrapa, estás perdido (o ganado). Y lo que te rodea lo encuadras en un rectángulo, horizontal o vertical. Con cámara o sin cámara, porque la cámara ya la tenemos en la cabeza.

Irán apareciendo por aquí fotógrafos que me gustan, que quiero compartir. Un saludo, Ramón.

Dejo una charla de Eduardo Momeñe (este es un libro muy interesante) con Bernard Plossu.

4 comentarios

  1. Me ha gustado mucho Plossu, sobre todo su forma de hablar (me gusta incluso que las palabras le salgan de los dientes). Dice lo más importante: que lo que nos emociona es un misterio. El 50mm es el objetivo que siempre usó Bresson (Robert), y es curioso que las referencias de Plossu se dirijan al cine. También ha sido una sorpresa descubrir a Max Pan.

Deja una respuesta