Hace poco leí, no sé dónde, que ahora nos imaginamos lo que le falta al rostro de la gente cuando nos la cruzamos por la calle; lo que oculta la mascarilla. Los que miran a los ojos, miran más, durante más tiempo. Es lo que nos queda (los perros nos siguen mirando a los ojos, no entienden de velos, no necesitan saber de más).

 

 

Mi padre nació en Oviedo. Y esta semana pasada me lo encontré dos veces, en dos personas distintas; y uno de esos hombres me encontró a mí. Me quitó la máscara a ojazos. Quiso que yo fuera alguien de él, o que, quizás, lo había sido. Lo notamos los dos, en un segundo, cuando yo iba y él volvía. Aunque solo yo, ahora, puedo ir y volver, a través de los que ya no están, de los que se han ido. Él está muerto (o eso parece).

 

 

 

Si te alejas del centro tienes que subir cuestas. Los pobres siguen viviendo a las afueras. Tienen más aire y hablan más alto porque no estudiaron. No tienen más hambre. Su estómago sí fue a la escuela. Y se lo dijo a su cabeza.

 

 

 

Los que estudiaron tienen más voz, pero no la usan, por si les copian en los exámenes. Tienen el cuello más alto y las manos pequeñas. Su ropa es la misma durante todo el año porque no necesitan pisar la calle más que unos minutos. De la oficina a su casa, o del banco al bar, o del coche al parking del Corte Inglés. Sus coches son descapotables por su cuello largo. Y sus volantes pequeños para que sus manos no los oculten.

 

 

 

 

 

Tuve una entrevista con un hombre. Un encuentro que exige la distancia emocional. La distancia del protocolo, la exigencia del cálculo de las mentiras justas, de las buenas formas, del saber estar. Sólo teníamos que hablar de lo justo y necesario. Y terminamos hablando justamente de lo necesario. De lo que nos une y desune, de la distancia personal, del respeto hacia la opinión del individuo, de que el contraste puede sumar en vez de restar. Si se escucha. Si el tiempo que consideramos tan importante para nosotros se puede trasladar al tiempo de los demás.

 

 

 

 

Y se trasladó. Esta semana presente hemos hablado. Nos hemos escrito. Unas cuantas veces. De lo justo y de lo necesario.

 

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