Caminando por la mañana, por el invierno, con la cámara en la mano, buscaba la luz –una amiga fotógrafa me dio un único consejo un día: “busca la luz… o “sigue la luz”… que queda más bonito, más inventado. Escuché una exhalación por el rabillo del ojo, también. Era una niña, adolescente, que en mangas de camisa, desde su ventana, había comprobado cuánto frío hacía. Si era tanto como le habían dicho, para saber, supongo, qué ropa ponerse, o si esperar a que el sol subiera más, para sacar al perro, o para ir a por el pan, o porque le apeteció el experimento. Me vio y disimuló -¿por qué?- con un gesto, que no era tanto el frío, actuando para mí. Con su vaho, que no era para tanto. Justificándose desde su ventana. ¿Por qué? Yo habría hecho lo mismo. Pensé en el peso que tienen los otros sobre nosotros, cuando nos olvidamos, y exhalamos para los demás.

 

 

Hace treinta años hubiera podido quitarle su foto. Ahora es casi un delito. Así que la cámara se quedó en la mano, cerca de la rodilla. Pero la fotografía ya la tenía en la cabeza. Y la imagen prendió la historia.

 

2 comentarios

  1. La historia es muy buena. Una fotógrafa francesa, Alix Cléo Roubaud, decía en «Les Photos d’Alix», de Jean Eustache, que muchas veces se veía obligada a fotografiar un recuerdo, una imagen que ya no existía. Entonces, esas fotos, ¿son tuyas?

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