Revolver en el pasado o remover en él puede hacer que las heridas se abran o se crean otras nuevas. Como la de mi dedo al intentar encajar el marco que contenía una fotografía de mí hecha por mi amigo Martín. Con la intención de colgarlo en el único gancho de mi habitación. Y con el dedo envuelto en esos puntos de sutura que creemos que nunca usaremos, sustituirlo por un cuadro de mi madre; y dejar de sangrar.

 

 

 

 

 

 

 

Sólo el presente esconde el futuro. Vas avanzando con la seguridad de un pasado de segundos que no duelen. Cuando esos segundos se convierten en minutos, horas, días y años, te quedas allí. Y sólo vuelves con la sangre. Vuelves si eres agradecido, si ves amanecer, si te intriga el ladrido de un perro o el olor de un libro. Regresas si no estás enfadado, si no tienes prisa, si no miras el reloj. Si subes las persianas y abres las ventanas para que todos los bichos entren, como dice Caetano Veloso.

Si las fotos que haces con tu cámara te dejan allí, no hagas fotografías. Algunas imágenes hay que verlas con cuidado. Y las que hacen daño, tirarlas o, quizás, sólo estudiarlas.

Si una canción te deja hundido, no la vuelvas a escuchar. Usa la música como el ajedrez. Todo encaja si tú estás encajado. Sólo el presente nos pertenece.

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